sábado, 29 de agosto de 2015

Losing your memory

«Soy experto en vivir. En vivir con intensidad las experiencias que tienes al alcance de tu mano cuando eres joven. En actuar sin pensar las consecuencias. Mis noches de fiesta son un sinfín de alcohol y mujeres, más guapas, más altas, más delgadas… Todas, pero a la vez ninguna.

Este ritmo parecía no tener final. Era una constante espiral de desenfreno en la que me limitaba a dejarme caer, sin nada ni nadie que me hiciera parar, replantearme si de verdad era feliz. Feliz. No sentía la necesidad de pensar al respecto, con mantenerme ocupado me bastaba.
Salir, alcohol, sexo, diversión. Una y otra vez, una y otra vez.

Y en medio de esa vertiginosa montaña rusa, se encontraba ella. La única persona que me miraba y veía más allá, la única persona que no me juzgaba. Siempre dispuesta a levantarme cuando la resaca me impedía mover mis músculos, dispuesta a barrer todo rastro de malestar siempre que lo necesitara.

Todo estaba tan estandarizado que me sentía seguro así, sin ningún tipo de problema ni obstáculo que me impidiera continuar con mis costumbres.

Hasta que, una noche, me di cuenta de que estaba acojonado. Demasiado tarde.
Podía sentir sus pupilas clavadas en mí, pese a no percibir con nitidez su silueta. Los únicos ojos que se colaban en mi mente, que podía observar durante horas sin cansarme. Aquellos ojos que ahora me miraban tristes, más hermosos que nunca.

“No puedo más”.

Y justo en ese instante sentí el coraje que nunca había tenido. Ese impulso que me empujaba a encontrar su boca, el cobijo que siempre había necesitado pero nunca me había atrevido a buscar. 

Como siempre, tarde. Su rechazo rompió algo dentro de mí, algo que no sabía que podía tener sentimientos propios.

“No lo entiendes, no podría soportar que me convirtieses en una más. Y yo no soy quién para obligarte a ser alguien que no eres”.

Todo mi cuerpo temblaba. El calor me había abandonado, y una conocida sensación de náusea lo había relevado. Pero esta vez no era por el whisky. Las emociones se sucedían con tanta rapidez que era incapaz de pronunciar palabra.

“Te quiero. Y necesito que me dejes ir”.

De repente, me encontré completamente solo. Por primera vez, y rodeado de un montón de gente. Lo único que era capaz de hacer era contemplar la oscuridad que ella había dejado tras de sí, con un último contacto de sus suaves manos. Y todas las desconocidas emociones que tan sólo ella podía hacerme conocer.

Demasiado tarde.

Y toda esa rutina que me había acostumbrado a llevar se iba volviendo cada vez más insoportable. 

No tenía ganas de beber, y cada vez que miraba a alguna chica la única cara que veía era la suya. 

Ella era mi mujer, mucho más que un jodido polvo de una noche, mucho más que una amiga o hermana a la que proteger.

Necesitaba sentir una vez más ese abrazo que me arropaba y conseguía recomponer todas las piezas que se desordenaban, tras el desastroso paso del huracán que yo mismo representaba.

Necesitaba otra charla hasta la madrugada en la que confesaba mis secretos, en las que me atrevía a abrirme con tan solo una de sus únicas sonrisas.

Necesitaba poner todos mis sentimientos en palabras. Superar mis miedos y ser esa versión de mí mismo que ahora me atrevía a ser.

Pero la única persona con la que quería compartir estos momentos ya no estaba.

Y era culpa mía.

De mis miedos, de mi estupidez.

Y ahora estaba preparado para afrontar el reto que representaba desnudarse frente a otra persona.

Demasiado tarde.

Y salí en su busca, con la idea de darle lo que ella necesitaba, de ser quien ­­ella me inspiraba a ser.

Pero cuando la vi, reconocí en su cara una sonrisa que nunca antes le había visto. Una sonrisa que yo no había sido capaz de provocar. Y me di cuenta de que ella era feliz, mucho más de lo que era cuando me tenía infiltrado en su vida.

El chico que iba con ella no era ningún Don Juan. No tenía pinta de ser de los que frecuentaban los bares que a mí tanto me gustaban. Ni de ser un maestro con las mujeres, un genio en su clase ni el alma de la fiesta entre sus amigos.

Pero yo jamás había sentido tanta envidia.

Demasiado tarde.

Él no tenía miedo de ser la persona que yo quería ser.

Y una vez más, los ojos de ella dieron con los míos. Tan cerca, pero cada vez más lejos. La conexión entre nosotros todavía estaba ahí, ella todavía era capaz de ver dentro de mí.

Siempre lo hará.

Pero yo quería su felicidad, algo que sabía que no tendría conmigo. Era mi turno de corresponder a su petición, de dejarla ir. Así que le di la espalda a su mirada, a su sonrisa. Aunque siempre los conservaría en mis recuerdos.

Y algo dentro de mí se terminó de romper, algo de cuya existencia yo no me había percatado hasta ahora. Mi corazón.


Demasiado tarde.»


S.

2 comentarios:

  1. Un escrito fantástico y creo que no hubieses podido encontrar una imagen que resumiera mejor el sentimiento que transmite que la de Blair y Chuck con la que finalizas la entrada. Eso sí, a veces creo que deberíamos dejar de lado el "Demasiado tarde" y arriesgar por un "Quizás todavía llegue a tiempo", ¿no crees?

    ¡Un beso y te espero por el blog para comentar las últimas novedades de la alfombra roja!
    Le Style et Moi

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    1. Reconozco que apuesto por el pesimismo en todos los relatos que escribo. No sé, tengo tendencia a optar por finales tristes y olvidarme de los felices.

      Y sí, esa foto me conquistó cuando la vi y supe que era perfecta. Y Chuck es un poco como ese protagonista. Aunque su historia de amor es épica.

      ¡Estoy deseando leer lo nuevo de tu blog, por descontado!

      Saravatial.

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