«Soy experto en vivir. En vivir con
intensidad las experiencias que tienes al alcance de tu mano cuando eres joven.
En actuar sin pensar las consecuencias. Mis noches de fiesta son un sinfín de
alcohol y mujeres, más guapas, más altas, más delgadas… Todas, pero a la vez
ninguna.
Este ritmo parecía no tener final. Era una constante espiral de
desenfreno en la que me limitaba a dejarme caer, sin nada ni nadie que me
hiciera parar, replantearme si de verdad era feliz. Feliz. No sentía la necesidad
de pensar al respecto, con mantenerme ocupado me bastaba.
Salir, alcohol, sexo, diversión. Una y otra vez, una y otra vez.
Y en medio de esa vertiginosa montaña rusa, se encontraba ella. La
única persona que me miraba y veía más allá, la única persona que no me
juzgaba. Siempre dispuesta a levantarme cuando la resaca me impedía mover mis
músculos, dispuesta a barrer todo rastro de malestar siempre que lo necesitara.
Todo estaba tan estandarizado que me sentía seguro así, sin ningún tipo
de problema ni obstáculo que me impidiera continuar con mis costumbres.
Hasta que, una noche, me di cuenta de que estaba acojonado. Demasiado tarde.